martes, 19 de abril de 2011

La terminal

Cuántas veces fuiste por mí a la terminal, cuántas veces nos despedimos, cuántas más yo te espere, sentada, ansiosa, sonriente, el ir y venir de nuestra historia de amor, entre autobuses que vienen y van, el ir y venir de nuestros caminos, empeñados en separarse, unidos por el capricho propio de dos almas solitarias que se esfuerzan por amarse y acompañarse. Algunas veces fueron semanas, otros días, pero cada encuentro llenaba de ganas mi vida, de esperanza al corazón, cada despedida me daba la dosis justa de dolor, de tragedia para la novela personal. Tenía el tiempo perfecto para planear el siguiente encuentro, para idear la pelea perfecta, el pretexto ideal para alejarte o aferrarte a mí, dependiendo el humor de la mañana, o las ganas de la tarde. Nunca pretendiste darme más, nunca me propuse pedirlo, estaba bien así, una o dos veces al mes, poco amor y menos lágrimas, la complicidad de nuestras miradas silenciosas aún cuando nuestros labios no paraban de hablar, dos desconocidos que hablan de sus vidas tan aparte una de la otra. Me acostumbre a tu cuerpo ajeno y misterioso, a un ritmo diferente cada encuentro, a pensar mientras estallas, a callar cuando me amabas. Sin sacrificios, ni protocolos, solo tú y yo en una habitación cualquiera, a veces tuya otras tan mía. Los dos caminando sin tomarnos las manos con el miedo a sentirnos propiedad del otro, escapando de esta nube de amor que nos seduce a emprender el viaje hacia tu cuerpo. Después de la despedida del día quedaba una sonrisa temerosa, la expectativa del siguiente encuentro, el camino hacia la rutina y el hastío. Nunca hubo lágrimas, ni abrazos prolongados, solo lo necesario, para entender que nos necesitábamos, para saber que habría una próxima. Pero esta vez no, paso algo que me detuvo a abrazarte más de la cuenta, algo me impulso a susurrar a tu oído mi sentencia de muerte: te amo.

2

¿Todos tenemos la capacidad de amar? Es una duda que despertó mi sueño esta mañana, y si acaso yo nací sin ella, si un buen día la deje ir, y hoy que la busco, no la encuentro. Si hoy que despierto con todas las ganas de resucitar al corazón resulta inútil. Por una simple razón: no tengo el don de amar. Sí, un don que sólo algunos tontos poseen, porque a final de cuentas se tiene que ser muy ignorante para darle todo a alguien más, para saltar al vacío sin un cuerpo de repuesto. Todos los días despertaba pensando hoy será el día, hoy lo besaré, hoy haremos el amor hasta estallar y por fin llegara: lo amaré. Ese día nunca llegó. Él se fue, y con él toda esperanza de comprobar mi teoría, porque debo confesar que siempre habito en mi cabeza, no tal como ahora, pero si había un ruido dentro de mí diciendo: no puedes amar! Esa misma voz que está mañana me despertó de golpe, si el don está ausente en mí, no me queda más que vagar por la vida tomando de los seres que me rodean el placer y el dolor que me recuerden que existo: pero vaya revelación sin amor no hay dolor, sin dolor no hay placer. Es media mañana y sigo en la habitación pensando qué podre hacer: Soy tan desgraciada, nací sin don de amor. Es media tarde y encontré la respuesta: un frasco de pastillas de mamá, descubren la solución a mi problema.